martes, 19 de mayo de 2015

"La desesperación del león y otras historias de la India" de Sonia García Soubriet


La desesperación del león de Sonia García Soubriet (Editorial Menoscuarto) se compone de cinco relatos ambientados en la India. Una India que no se corresponde por entero con la imagen colorista de los folletos turísticos o la visión sórdida y morbosa que a veces ofrecen los telediarios. Es más bien esa India de contrastes donde conviven tradición y modernidad, que la autora disecciona y rescata para el lector como si fuera una perdida Atlántida, enseñándonos la radical diferencia entre el turista y el viajero.

Portada del libro (foto: Revista Prótesis)
Desde el principio me llamó la atención la portada, donde hay una ilustración de un hombre enjaulado al que señalan con actitud burlona varios animales. Descubrí que procede del Zoológico de Jodhpur (Rajasthán). Una divertida paradoja que me condujo sin pensarlo al primer relato (el más ambicioso y coral), titulado “1115 Main Bazar”.

1115 Main Bazar nos cuenta la historia de una suerte de Hotel California indio, el hotel Camran de Delhi. Construido (supongo que durante las vacas flacas del fundamentalismo y gracias a un viejo pacto de palabra) dentro de una mezquita, allí pernoctan extranjeros que van a la India a hacer negocios o simplemente quieren escapar de su pasado, inadaptados, supuestos apátridas a los que delata su acento o un desvaído tatuaje.

Sus desconchadas habitaciones pintadas de azul son refugio de numerosas historias, en un mundo que no tiene continuidad fuera de sus muros. Los amores sorprendentes, que se forjan bajo su influjo, no perduran más allá, no pueden sostenerse en el frío Hamburgo, en las ordenadas calles de Badalona o en el matrimonio concertado que arroja la infelicidad sobre los hombros del bedel Varum. Este ambiente irreal, poético, que se vive en el hotel Camran, no se puede extrapolar, acaba en la misma puerta y se pierde en el fondo de una maleta, entre coloridos saris, abalorios de plata, olorosas onzas de hachís y fajos de rupias grasientas.

Ese viaje de sesenta y seis páginas funciona como un paréntesis de incienso, nos traslada a una India alejada del tópico, nos habla de la vida y del amor, de la tolerancia y el fanatismo, de la modernidad y su lamentable falta de poesía, del modo en el que los lugares donde vivimos nos transforman. Uno no es el mismo en Hamburgo que en Delhi, por mucho que se llame Chandra y haya conducido toda la vida un rickshaw.

Un rickshaw en las calles de Delhi, como el que conduce Chandra en 1115 Main Bazar (foto: Hindustan Times)

El ser humano, se hace así camaleón y si mira al mar, se llena de horizonte, si vive en la India de Sonia García Soubriet se desprende de materialismo, mastica cada minuto, se afana en amar y ser amado, fuma y bebe sin desesperación, regatea, anota, envía paquetes con mercaderías, espanta cualquier brote de narcisismo, fotografía, se sienta a solas en una larga mesa y charla con el primer desconocido que se le acerque. 

El segundo relato se titula “El villano en su rincón”. Es una narración a tres voces ambientada en un vetusto café construido en la época colonial, llamado El Volga:

Una especie de limbo donde se olvidan y perdonan los pecados y donde uno tiene la ilusión de estar contento consigo mismo, mientras la tumultuosa vida queda fuera.

Desde El Volga nos habla un lambania, una de las castas más bajas, que se afana en mantener limpias las mesas y pasar desapercibido, siempre en cuclillas. Desconocemos su nombre, pero posee un privilegiado punto de vista y conoce la verdadera cara de la vida que se oculta bajo las mesas.

El señor Gupta en cambio es un empresario adinerado, que regresa a Delhi después de muchos años residiendo en el extranjero. El Volga alimenta su nostalgia, porque le recuerda a su padre. El señor Gupta conversa y trata bien al lambania, haciendo añicos el cristal de discriminación con el que en la India, a pesar de que el sistema de castas fue abolido por la Constitución en 1950, se condena a los “intocables”. Pero el lambania, que asume con fatalismo su rol, recoge presto los vidrios rotos: sólo si los dioses me lo pidieran dejaría el Volga.

El tercer narrador es el veterano camarero Singh, que colecciona las tarjetas firmadas de sus clientes más ilustres. Metódico, servicial, vie desconcertado por un mundo que cambia demasiado rápido. Tres vidas unidas por el Volga, tres puntos de vista hábilmente enlazados en este cuento. ¿Existirá ese lugar? ¿Escandalizó Sonia al camarero Singh sentándose sola a tomar un café? ¿Conversó con el lambania, en contra de los convencionalismos?

El tercer relato es el que da nombre al libro. La protagonista y narradora es una desventurada turista a la que una enfermedad, agravada por un médico avaro que le saca el dinero en lugar de curarla, la retiene en un hotelucho decrépito y sucio. Desde la habitación del hotel escucha cada mañana el pitido del tren que sale a Delhi, que perdió cuando la fiebre y los vómitos la postraron en la cama y parece que no va a poder tomar nunca. Y cada noche tiene lugar un diálogo imaginario con el león de un zoo cercano, que se lamenta gruñendo de su prisión. La turista convaleciente y la vieja fiera comparten soledad y miedo.

El cuarto relato se titula “La bicicleta fantasma”. Hararal, el disoluto dueño de un almacén se hunde asediado por los remordimientos que despierta la aparición fantasmagórica de uno de sus carpinteros, muerto en un accidente, al que no pagó lo que correspondía, dejando a su familia desamparada. El espectro sume en el terror a los empleados de Hararal, que tiene que recurrir a los servicios de una especie de hechicero, una misteriosa trama con un sorprendente final. 

El último relato, titulado “El viaje”, está teñido de pesimismo, tristeza y melancolía. La pareja protagonista pasa unos días en la costa de Orissa. Como desconozco el lugar, busco en Internet y me topo con playas de arenas blancas, aguas cristalinas y espectaculares puestas de sol.

Allí, faenan hasta el anochecer los dalits (que significa “oprimidos”), los miembros más pobres y discriminados de la sociedad India, en precarias barcazas que el fuerte oleaje vuelca una y otra vez, por un botín de escuálidos peces que tienen que vender en la ciudad porque en el pueblo “no comen los peces de los intocables”.

Quizá es esta pobreza extrema, fruto de la exclusión social y los prejuicios religiosos, que dos turistas europeos contemplan como si se tratara de una curiosidad antropológica, lo que da al relato ese tono de desamparo, quizá también es, en paralelo, aunque esto el lector sólo lo intuye, el progresivo alejamiento amoroso de la pareja protagonista. Incapaces de contener la hemorragia, ven con fatalismo como se rompen sus lazos sentimentales.

En conjunto, cinco relatos que ofrecen mucho al lector, el gusto por el detalle con el que disfruta el viajero atento, la palabra precisa llenando de vida lo inerte, el trasiego de gente que vive, siente y sufre, la poesía de las cosas más simples y el placer de viajar sin moverse de casa. Y en mi caso, de permanecer hechizado, en un limbo de tiempo, pegado a las hojas de un libro. Son relatos que funcionan como una melodía, el efecto de encantamiento lo producen las palabras, como el disco de Nick Cave que estoy escuchando mientras escribo...

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